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Nueva York capital económica y cultural

Nueva York, o New York como muchos dicen, es una gran ciudad con muchas posibilidades. Esto hace que una buena preparación del viaje y una buena guía de la ciudad te ayuden a disfrutar tus vacaciones.

¿Por qué viajar a Nueva York?

Nueva York
                                                 Nueva York al atardecer


Nueva York se ha convertido en los últimos años y por méritos propios en la capital económica y cultural más importante del mundo. Nueva York ofrece un ambiente y un estilo de vida único que no te podemos contar, hay que vivirlo y disfrutarlo.

Asistir a un musical en Broadway, pasar una noche en Times Square, recorrer de un lado a otro el Puente de Brooklyn, disfrutar de una tarde de compras en la Quinta Avenida o sentirte como un broker en Wall Street, son algunas de las cosas que sólo se pueden hacer en Nueva York.


Times Square
                                             Una noche más en Times Square

Durante los últimos años el número de turistas españoles que han visitado Nueva York ha aumentado de forma sorprendente. El precio de los vuelos y el valor del dólar han sido factores decisivos para que Nueva York haya superado como destino turístico a otros lugares más cercanos e históricamente más visitados.

Si quieres ampliar tus conocimientos sobre Nueva York, puedes comenzar leyendo su historia, conociendo sus cinco distritos, los principales barrios de Manhattan y los museos y puntos de interés más visitados. Si quieres ahorrar, no te pierdas la tarjeta New York Pass.


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Desde nuestra infancia la fantasía ha sido la puerta mágica de escape a las dimensiones de los cuentos, donde la felicidad es posible con solo mover nuestra varita. Disney ha canalizado esas imágenes de ensueño mediante el cine. Hoy puedes revivir esas fantasías haciendo un viaje a Disneyland Paris.

Soñar despiertos con Disney

¿Quién no ha querido alguna vez ser el hada del cuento o cabalgar airoso por las llanuras agrestes del lejano oeste? ¿O acaso nuestra oculta fantasía siempre fue poder volar al país del Nunca Jamás acompañado de Peter Pan? Tus peques soñarán seguramente con conocer a Minie o disfrutar sus manjares junto a la princesa encantada. La posibilidad de comer junto a sus personajes preferidos es una de las opciones que te brinda este viaje de ensueños.

Estas dimensiones y muchas más parecen tomar forma en las propuestas que tiene Viajes Carrefour para que disfrutes de Disneyland París, con paquetes familiares completos de vuelo y alojamiento para cualquier época del año.

Los más mínimos detalles han sido tenidos en cuenta para que en la familia todos os divirtáis. Hoteles que parecen palacios o habitaciones del antiguo oeste. Cabañas que engañan nuestros sentidos y nos trasladan a las viviendas de los indios navajos, para permitirnos disfrutar de ambientes lejanos, tanto en espacio como en tiempo. O alojamiento en el hotel que recrea Nuevo México, al lado de la legendaria Ruta 66, rodeado de los hermosos paisajes que recuerdan al suroeste americano. ¿Qué te parece?

Parques temáticos y aprendizaje recreativo

No hay edad límite para las nuevas sensaciones. Todos los miembros de la familia encontraréis diversión en los dos parques temáticos gigantescos que hay, con muchas propuestas de actividades recreativas y espectáculos para todos los gustos y a diferentes horas del día.

En uno de estos parques, Parque Disneyland, se recrean cinco de los distintos territorios donde suceden muchos de los cuentos clásicos de Disney. En su imaginación, tus pequeños se trasladarán a los escenarios fantásticos donde transcurren las historias de sus personajes preferidos.

Indiana Jones, Buzz Lightyear o Peter Pan, entre otros personajes de la ficción de Walt Disney, tienen su sitio de honor en este parque temático.

El otro gran parque, el Parque Walt Disney Studios, es el sitio perfecto para los amantes del cine. En este lugar es posible disfrutar de la magia del cine y aprender sobre los diferentes procesos de la realización de una película, las animaciones, los trucos y montajes y algunos secretos cinematográficos y televisivos.

Además, es posible conocer los detalles históricos y arquitectónicos de estos dos parques temáticos mediante una visita guiada, que puedes reservar con anticipación en el City Hall del Parque Disneyland o en el Studio Services del Parque Walt Disney Studios. Si alguno de los que vayáis tiene problemas auditivos, que sepas que se hacen visitas guiadas utilizando el lenguaje de signos.

Aperturas de parques Disney y servicios

En cualquier momento del año es posible visitar Eurodisney con estas ofertas de viaje y estancia que te ofrece una agencia especializada en este tipo de propuestas como Viajes Carrefour.

Los horarios pueden variar de acuerdo con las diferentes temporadas, pero los parques Disney permanecen abiertos durante todo el año, brindando propuestas y espectáculos que refuerzan las temáticas importantes de los diferentes eventos y festividades de temporada.

Además de tener una comida mágica con sus personajes predilectos, los peques pueden encontrarse con ellos en algunos restaurantes, en los parques temáticos o en los hoteles.

Para los bebés y niños más pequeños, hay zonas de juego seguras y tranquilas, que permitirán a los infantes y a vosotros los padres disfrutar sin problemas de los parques Disney.

Si tu idea es aprovechar al máximo las atracciones de los parques temáticos, lo mejor es que utilices el servicio gratuito FASTPASS, que evita las grandes colas que hay para acceder al Parque Disneyland y al Parque Walt Disney Studios, reduciendo el tiempo de espera, siempre y cuando la disponibilidad del acceso te lo permita. Esta modalidad de billete de entrada te indicará la franja horaria en la que es posible entrar al parque temático seleccionado, sin necesidad de hacer colas.

Acogida en París y diversión asegurada

Si tu deseo es regalar a tus hijos los momentos mágicos que soñaste en tus años infantiles, seguro que tu decisión se ve facilitada consultando las ofertas para Disneyland Paris que tiene Viajes Carrefour durante todo el año.

Además de ofrecer paquetes económicos para viajes a Disneyland París, tanto en vuelos como en alojamiento, esta agencia especializada se encarga de dar la bienvenida a sus clientes y facilitar sus traslados desde el aeropuerto en París hasta los diferentes hoteles de Disneyland y posteriormente, los traslados de regreso hasta el aeropuerto.

De esta forma, regalar a tus hijos un viaje a las fantasías recreadas por Disney en sus parques temáticos de París puede ser también una oportunidad para hacer ese viaje, tantas veces aplazado, a los sueños fantásticos de tu propia infancia.


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27.2.17

Cambia tu aburrimiento por un crucero

¿Todavía no has hecho un crucero?Regálate las mejores experiencias, desde asomarte a la borda para observar el mar nocturno hasta cenar con el capitán o participar en una macrofiesta en mar abierto.

Una de las posibilidades vacacionales que ha experimentado un tremendo auge en los últimos años es la de los cruceros. Hasta hace poco, participar en un crucero parecía reservado a unos pocos privilegiados. Afortunadamente, en los últimos años la oferta cruceros baratos ha aumentado exponencialmente, generalizándose como opción para todo tipo de personas.

Básicamente, son cuatro los recorridos generales que se hacen en crucero: mar Mediterráneo, Norte de Europa, Caribe y minicruceros. Los cruceros por el mediterraneo son una opción encantadora, agradable y absolutamente inolvidable para que toda tu familia disfrute de esta modalidad de viaje. Con salidas desde Barcelona o Valencia, estos lujosos barcos recorren nuestro mar más característico y nos permiten visitar algunos de los enclaves más atractivos de Francia, Italia, Crocia, Malta y Grecia, sobre todo.




De manera habitual, el viaje dura aproximadamente una semana, y consiste en un trayecto de ida y vuelta desde el punto de partida. Por el camino se alternan las actividades y las experiencias de disfrute dentro del barco —que es como un hotel gigante que surca las aguas— con las paradas en las ciudades incluidas en el itinerario, las cuales se pueden visitar libremente o en compañía de guías.

Las opciones de estos cruceros por el mediterraneo son: atravesarlo por completo o concentrar el recorrido en una zona específica, algo que se da más habitualmente en lugares tan carismáticos como las islas griegas.

Cualquier época es buena para embarcarse en un crucero mediterráneo, pero especialmente buenos son los meses de otoño y primavera, en los que las condiciones meteorológicas son adecuadas y, además, al no ser temporada alta, los precios también resultan especialmente interesantes.

Un plan vacacional marítimo totalmente distinto son los cruceros por el Norte de Europa, entre los cuales destacan, especialmente, los cruceros por los mares Báltico, del Norte y de Noruega. En el primer caso, cabe señalar que te estamos hablando de un mar que ocupa más de 430 kilómetros cuadrados y engloba las costas de Dinamarca, Alemania, Polonia, Rusia, las tres repúblicas bálticas, Suecia y Finlandia. Estos cruceros suelen llegar a ciudades tan preciosas como Helsinki, San Petersburgo o Estocolmo, y el punto de partida se sitúa habitualmente en un puerto alemán o en Copenhague, la capital danesa.

Los cruceros por el mar del Norte y de Noruega permiten disfrutar de unas imágenes verdaderamente inolvidables: las de los fiordos noruegos, donde vas a encontrar algunas de las escenas naturales más hermosas del planeta.

Entre las ciudades más visitadas en este tipo de cruceros figuran Ijmuidem (Ámsterdam), Dover (la ciudad del Canal de la Mancha, desde donde puedes realizar excursiones a Londres o Canterbury), Le Havere (París) y Brujas.

A la gente joven y a los amantes de la historia, por otra parte, les encantan también los cruceros por el Norte de Europa que siguen el rastro de los vikingos: además de visitar los fiordos noruegos, permiten conocer las principales capitales de Escandinavia, como Bergen, Oslo y Copenhague.

Además, el Círculo Polar también es un destino altamente valorado en el que podrás vivir una aventura incomparable. Tú decides si prefieres hacerlo con 24 horas de luz solar (en verano) o, al contrario, con la noche permanente que se produce durante el invierno.

La tercera gran categoría de cruceros mundial son los del Caribe. Se trata de un tipo de viaje que te permite disfrutar del ritmo, el encanto y la belleza natural de las islas del Caribe. Cuba, República Dominicana, Bermudas, Antillas, Trinidad y Tobago, Belice, Honduras e, incluso, México, forman parte de los países que suelen visitarse en este tipo de recorridos. Disfrutar de imágenes paradisíacas, admirar las aguas cristalinas, explorar espléndidas ciudades coloniales y disfrutar de la alegría permanente de su gente, al tiempo que se disfruta de una temperatura suave y acogedora, son los principales atractivos de este tipo de cruceros.

Por regla general, cualquier época del año es un buen momento para que disfrutes de un crucero por el Caribe. Con un criterio meramente meteorológico, de diciembre a mayo es la época perfecta para llevar a cabo este tipo de viajes. Existen momentos en los que los precios bajan considerablemente, sobre todo después de las vacaciones navideñas. Por razones económicas, los viajeros solitarios, los adultos y los jubilados eligen este periodo para realizar este tipo de viajes, teniendo en cuenta que la meteorología apenas cambia de unas épocas a otras.

Por último, la cuarta categoría de cruceros la constituyen los minicruceros, que te permiten vivir esta experiencia de una manera intensa, en tres o cuatro días. Se trata de recorridos cortos, accesibles para todo el mundo, que gozan de una gran aceptación entre el público familiar y los más mayores. Para el público español, los que se organizan por el mar Mediterráneo son la mejor alternativa. Dado que se trata de concentrar esta experiencia viajera en unos pocos días, no merece la pena que realices un desplazamiento a cualquier otra ciudad más alejada para iniciarlo.

A no ser, claro está, que forme parte de algún circuito viajero mayor. Un buen ejemplo es el minicrucero que muchos visitantes de Egipto realizan, durante tres o cuatro días, por las aguas del Nilo.

En muchos casos, la satisfacción que experimentan los viajeros que participan en un minicrucero los anima a realizar, meses después, un nuevo crucero más largo, ya sea por el Mediterráneo, por el Norte de Europa o por el Caribe. ¿Cuál te apetece hacer a ti?

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7.3.12

La Capital de los Alpes Innsbruck





Aquí donde en invierno se esquía puede vivir una de las experiencias invernales más originales y apasionantes. En esta ciudad de 120.000 habitantes es muy habitual encontrarse a personas vestidas con traje de esquí, botas de nieve y esquís sobre el hombro que van de camino a la estación del funicular Nordkettenbahn que llega en 20 minutos a las estaciones de esquí donde encontrarán un funpark y los descensos más abruptos de la zona.

Dada su cercanía con Innsbruck, el Skylinepark de la Seegrube/Nordkette es conocido como “incity”. La espectacular vista sobre la ciudad atrae tanto a esquiadores como a los amantes del sol que acuden a la gran terraza panorámica situada a 1.400 m de altitud que permite contemplar el centro de Innsbruck a vista de pájaro.

Todas estas pistas cuentan con un funpark y muchos descensos de nieve virgen para freerider. Por otra parte en la pista de Innsbruck-Igls se pueden practicar descensos por canales de hielos practicando las diferentes modalidades: bobsleigh, luge o sentado en wok.



Todas las pistas de Innsbruck cuentan con iluminación nocturna. El esquí nocturno es una experiencia que nadie tiene que perderse. Al igual que las bajadas en trineo nocturnas, que empiezan con una buena caminata hasta un refugio donde reponer fuerzas antes de emprender la merecida bajada al valle montado sobre un trineo. Algo más tranquilo, muy romántico e idílico son las salidas con trineos tirados por caballos o las excursiones con raquetas de nieve por silenciosos bosques nevados. Numerosos senderos preparados para excursiones por la nieve y pistas de esquí de fondo, incluidas las pistas de esquí de fondo de alta montaña.

Deporte y ciudad están unidos en Innsbruck, por ello no hay que perderse una visita al impresionante castillo renacentista de Ambras, el suntuoso palacio imperial o el museo de arte popular de Tirol. Para visitar todos estos lugares, entre tanta actividad deportiva, lo mejor es comprarse la tarjeta Innsbruck Card que incluye muchos de los puntos de interés en la ciudad y en los alrededores.

Los 25 pueblos que rodean Innsbruck ofrecen más que actividades deportivas. Son localidades ubicadas en soleados altiplanos al sur y oeste de Innsbruck y en los valles cercanos a la capital, muy pintorescos, con atractivas iglesias en el centro, antiguos caseríos y fuentes. Son pueblos vivos cuyos habitantes viven y trabajan en la misma localidad. La amplia oferta de hoteles, fondas, y pensiones incluye estancias wellness, vacaciones en familia y grandes momentos culinarios. también se puede dormir en un palacio de hielo y en los apartamentos de AlpinLodges en Kühtai encontrará un toque de lujo combinado con grandes vistas a las nevadas cumbres alpinas. Cuando viajes proteje tu salud y la de los tuyos.






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Tailandia exótica y deseada

El antiguo reino de Siam ofrece paisajes vírgenes, hermosos templos de inspiración birmana y culturas milenarias. Ocultas en las montañas, cerca de las fronteras de Myanmar y Laos, tribus seminómadas conservan sus costumbres y tradiciones.





Tailandia. Poseyendo la más antigua de las nuevas civilizaciones –o la más nueva de las viejas culturas– del sudeste asiático, Tailandia es un mundo aparte. Aunque mantiene muchos puntos en común con sus vecinos, se haya alejada al mismo tiempo por un sentimiento muy vivo de superioridad nacional. Con gran capacidad de absorber las aportaciones culturales exteriores, como los objetos de Occidente, con capacidad de atraer a los extranjeros, no por ello deja de ser uno de los países más impenetrables que puedan existir. Pues bajo el barniz del modernismo más de cuarenta millones de campesinos siguen viviendo como lo hicieron siempre en torno al wat (templo), cultivando el arroz al ritmo de las fiestas del calendario lunar budista, que lleva una delantera de más de quinientos años sobre el que rige en Occidente. Todas estas pequeñas reflexiones me dan vueltas por la cabeza cuando bajo del avión en el aeropuerto de Chiang Mai. En ese mismo momento comprendo que he dado con el viaje de mis sueños.

Efectivamente, Tailandia se presenta como el paradigma del exotismo por antonomasia. Enclavado en un área geográfica tradicionalmente convulsionada por la inestabilidad política, el reino de Siam logró mantener la independencia durante la época de las colonias y ha escapado milagrosamente a las guerras que azotaron Indochina durante buena parte del siglo XX. Ello, sumado al carácter sumamente afable de sus habitantes, contribuye a situar al país como uno de los destinos más deseados y visitados por quienes queremos descubrir el exotismo de Asia. ¿Y por qué Chiang Mai?, probablemente se pregunte el lector. ¿Por qué no Bangkok, Phuket o Ko Samui? Muy fácil. Es el punto de partida de uno de los viajes más codiciados entre el tapiz de paisajes arrebatadores que atesora Tailandia. Es a partir de aquí donde se abre un mundo increíble de gentes diversas, un mundo donde las agujas del reloj parecen haberse detenido hace mucho tiempo.

En la Suiza de Oriente. Chiang Mai, la segunda ciudad del país, también conocida como la Suiza de Oriente en clara referencia a las montañas que la rodean, además de sus atractivos templos (Chiang Man, Phra Singh, Chedi Jet Yod, Chedovan…), constituye una magnífica base de operaciones para visitar las tribus del norte y para descubrir algunas de las zonas paisajísticas más bellas del país. Esta pequeña gran metrópoli, cuyo centro ha conservado un recinto amurallado con sus fosos, sigue despertando una gran fascinación por ser la cuna de la cultura tai y por no tener nada en común con el resto del país. De hecho, su arquitectura religiosa, sus artesanías, sus dialectos y la forma de ser de sus habitantes son más propios de los vecinos Myanmar, Laos y de la provincia china de Yunnan.




















Antiguo centro cultural, religioso y político del norte, Chiang Mai fue fundada en el año 1292 por el rey Mengrai, que ya había fundado Chiang Rai. La dinastía de los Mengrai gobernó el norte de Tailandia durante doscientos años. Después llegó la decadencia, los dos siglos de invasiones birmanas –de ahí la decoración de los templos de la ciudad–, hasta que volvió a resurgir en el año 1796, permaneciendo semiautónoma hasta mediados del siglo XIX. Este aislamiento y lejanía de Bangkok (dista 700 kilómetros) explica el sabor e identidad propios. Algo que cualquiera puede descubrir enseguida en sus delicadas artesanías y en el carácter independiente y orgulloso de sus gentes.

No cabe la menor duda de que el mayor atractivo de un viaje por el norte de Tailandia son las excursiones para visitar a las tribus seminómadas que pueblan las montañas y ver cómo viven estas etnias. Sin embargo, aprovechando que nos encontramos en estos remotos y mágicos parajes, vale la pena desviarse un pelo de la ruta y dirigir nuestros pasos al sur de Chiang Mai, hacia uno de los recintos arqueológicos más conocidos de Tailandia: Sukhotai.

El origen del poderoso reino de Siam se encuentra precisamente en Sukhotai, el conjunto arqueológico más impresionante del país y la cuna de la civilización tai. La ciudad, primitivamente una fortaleza estratégica jemer, fue fundada en el año 1238 por dos príncipes tailandeses deseosos de sacudirse el yugo jemer. Con el tiempo, Sukhotai se convirtió en la nación más poderosa del sudeste asiático.

La edad de oro de Sukhotai tuvo lugar durante el reinado de Ramkamhaeng (1278-1318), famoso en la historia nacional por su gobierno ilustrado y sus notables logros. El reino conservó la prosperidad hasta el año 1378, cuando se inició su decadencia a la sombra de Ayutthaya. Hoy, Sukhothai muestra viejos edificios perfectamente restaurados. Como ejemplos, al caer el crepúsculo sobre el majestuoso buda monumental, rodeado de columnas truncadas, del templo (wat) Mahathat, el sol da a la piedra reflejos dorados. Detrás, un pequeño chedi se refleja en las tranquilas aguas del lago de Plata.

En una colina, el buda en pie del wat Saphan Hin domina el paraje. Templos y ruinas se hallan dispersos por el verdor, auténtico museo al aire libre. Hacia las tribus de las montañas. Las tribus de las montañas, como los tailandeses llaman a los diferentes grupos tribales, se han ido asentando a lo largo de los últimos años en el norte del país, sobre las últimas estribaciones del Himalaya. La clasificación etnológica de estas tribus no es fácil de realizar. Multitud de subgrupos y clanes y un complejo sistema de relaciones familiares la dificulta.


















Además, viven en pequeñas comunidades dispersas, lo que complica enormemente la tarea de los antropólogos. Lo que sí se sabe con certeza es que existen seis grupos étnicos mayores: meo, karen, lahu, lisu, akha y yao. Excepto los karen, todos presentan una fuerte influencia china. En el caso de los meo, aparecen mencionados en antiguas crónicas que atestiguan su presencia en la región china de Yuan, de donde habrían emigrado por causas desconocidas. También los yao remontan su origen a China. Más difícil de precisar es el origen de los karen, que aparentemente no tienen relación alguna con los demás grupos. Se dice que proceden de la vecina Myanmar. Otras tres tribus, akha, lisu y lahu, parecen tener un origen común. Se da entre ellas una relación lingüística clara, ya que provienen de un mismo grupo étnico birmano-tibetano.

Mantenrer las tradiciones. Las tribus de las montañas no siempre reconocen las fronteras estatales y no admiten más vínculos que los derivados de su propia estructura tribal, sin importarles el hecho de que algunas comunidades se hallen situadas en Myanmar, Laos o en territorio tailandés. En el distrito de Mae Chan y Mae Salong, en los alrededores de Chiang Rai, se tiene la oportunidad de acercarse a las aldeas de los akha y de los yao. Hasta hace pocos años estas tribus vivían de la cultura del opio, el cual consumían además de producirlo. Tan fuerte era su dependencia que hubo que hacerle frente mediante programas de integración de las tribus, reducción de la producción de opio y desarrollo sostenible, que se iniciaron en la década de 1970. Hoy estas tribus viven en zonas determinadas por el gobierno, agregadas en aldeas en las cuales intentan mantener sus tradiciones y raíces y donde crean familias, trabajan los campos y viven del comercio con los turistas. Es una vida social totalmente controlada, lo que conduce inexorablemente a la pérdida de su identidad.

Los primeros akha que llegaron a Tailandia eran de origen tibetano y se instalaron junto a la frontera con Myanmar, hace cien años. Allí viven unas 350 personas que se ganan la vida con la agricultura y el comercio de tapicerías y adornos de plata. Las mujeres usan los vestidos tradicionales confeccionados por ellas, pero las nuevas generaciones empiezan a usar jeans.



















En la parte noroccidental se extiende el valle de Mae Hong Son. Es la provincia más montañosa de Tailandia y destaca, sobre todo, por la serena belleza de su paisaje. Son apenas treinta minutos de viaje en avión desde Chiang Mai, pero merece la pena llegar por la carretera que discurre a través de una de las regiones más bellas del país, el valle del río Pai y la garganta de Ob Luang, un estrecho desfi ladero de abruptas paredes con unas vistas realmente increíble Bellezas paisajísticas aparte, el mayor interés de acercarse a Mae Hong Son es la visita a las aldeas de las mujeres padaung o mujeres-jirafa. También llamadas kayan, estas singulares mujeres habitan en los poblados de Ban Naisoi y Ban Nampiengdin, situados a unos 50 kilómetros de Myanmar.

El brillo de los aros de cobre. Frágiles y elegantes, cubiertas de espirales doradas en el cuello y las rodillas, cada mañana temprano y antes de que los rayos del sol disipen las brumas que envuelven la aldea estas mujeres pasan horas acicalándose y sacando brillo a sus aros de cobre para recibir sonrientes la visita de cientos de viajeros que hacia el mediodía empezarán a invadir su intimidad.

Al anochecer, cuando los últimos turistas se van, regresa de nuevo la paz a la aldea. Es entonces cuando regresan los hombres, tras una dura jornada de caza por los alrededores, y cuando las familias se reúnen en torno al fuego, recitando cuentos a sus niños y tocando la guitarra. Esa es la imagen que queda grabada en mi memoria, una imagen que, lamentablemente, corre el riesgo de convertirse en un sueño.



















Viaje en el túnel del tiempo
Para la mayoría de viajeros, lo mejor del norte de Tailandia lo ofrecen las diferentes tribus que viven en las montañas. Son fáciles de visitar, basta acercarse a Chiang Mai o Mae Hong Son y contratar excursiones con guías expertos en las agencias especializadas. Se calcula que integran una población de 500.000 individuos, entre los que el gobierno tailandés reconoce seis grandes grupos principales:

Akha. Se instalaron hace poco más de cien años. Son la tribu más pobre a pesar de su exótico aspecto. Se distinguen por la vistosa vestimenta de las mujeres, con su blusón negro, falda y pantalón adornados con vivos bordados y un tocado con adornos de plata.

Yao. Originarios de China meridional, se asentaron a principios del siglo XIX, donde se calcula que viven cerca de 30.000. El traje tradicional consta de un turbante negro bulboso y pantalones amplios ricamente bordados. Son adeptos al taoísmo.

Hmong. Poco más de 50.000 hmong viven en pueblos construidos en las cimas de las colinas del norte de Tailandia. Allí donde crece en abundancia la adormidera. A las mujeres se las reconoce por sus voluminosos peinados. Los tailandeses los llaman meo.

Karen. Se instalaron huyendo del ejército birmano. Las mujeres lucen collares de monedas antiguas y gargantillas de plata, y anillos dorados en las piernas. Los hombres destacan por sus tatuajes.

Lahu. Alrededor de 40.000 lahu viven actualmente en el norte de Tailandia, la mayoría en la provincia de Chiang Mai y Chiang Rai. Su indumentaria tradicional es negra con bordados de vivos colores. Muchos lahu se han convertido en los últimos años al cristianismo.

Lisu. Poco más de 20.000 individuos. Se identifican por llevar vestidos de llamativos color rojo y turquesa. Las mujeres adornan sus cuellos con magníficos detalles decorativos de plata. Además de estos seis grandes grupos étnicos, desde hace poco más de 25 años han aparecido los

Kayan. Se reconocen por el grupo de aros que rodean sus cuellos, brazos y piernas. Más conocidas como “mujeres-jirafa”, viven entre las aldeas de Ban Naisoi y Ban Nampiengdin, no muy lejos de Mae Hong Son. Llegaron a Tailandia huyendo del ejército birmano. La costumbre de deformar el cuello se inicia a los 5 años, cuando en una ceremonia que coincide con la Luna llena se coloca el primer aro a las niñas; a los 7 años se coloca el segundo y así sucesivamente hasta llegar a la edad adulta.













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Amazonas maravilla del planeta





















El mapa del mundo conocido volvió a cambiar el 11 de septiembre de 1542, cuando el extremeño Francisco de Orellana llegó a la desembocadura del río Amazonas. Atrás dejó nueve meses de dura travesía en los que recorrió casi 5.000 kilómetros de selva pura, desde las estribaciones de los Andes al Atlántico, pasando infinitas penalidades en una de las mayores gestas de la conquista de América. La celebración este año del Quinto Centenario del nacimiento de Francisco de Orellana (1511-1546) ofrece una buena oportunidad para reivindicar su figura y la del río que bautizó para la posteridad como el de “las Amazonas”. Los indios lo llaman de muchas maneras: Paranaguazú (Gran pariente del mar), Tunguragua (Rey de las aguas), Paron Evá (Madre de los ríos), Amaru Mayu (Serpiente más grande del mundo)… En cualquiera de estos nombres se resume el espíritu de la masa de agua dulce más importante de la Tierra –la quinta parte del total–, además de albergar la mayor biodiversidad del planeta y a las últimas tribus no contactadas que existen.


Nuestro viaje comienza en Quito, la segunda capital del Imperio Inca, atraviesa ciudades legendarias como Iquitos, Manaos o Leticia, y acaba en Belém do Pará, donde el gran río alcanza una anchura de 400 kilómetros. El recorrido es una experiencia única donde los sentidos se desarrollan de manera inexplicable mientras el alma se encoge ante la majestuosidad de esta selva donde el viajero se siente infinitamente pequeño. Y es que Eldorado que buscaban los españoles sigue ahí, en forma de animales, plantas y todo tipo de vida, escondiendo su eterno secreto que el viajero solo podrá atisbar fundiéndose con la corriente de ese río que todo lo da y todo lo quita…

Quito, la ciudad tranquila. “Es gloria de Quito el descubrimiento del río Amazonas”. Una placa formada por letras de molde doradas pegadas sobre la piedra recuerda el lugar desde el que partió Francisco de Orellana en busca de Eldorado en la plaza de San Francisco. Aquí, desde lo más alto del Quito colonial, es difícil permanecer indiferente ante el sobrio atardecer andino que ha sobrevivido a todas las conquistas. En el intelectual barrio de Guapolo, presidido por una vieja estatua del descubridor del gran río, se abre la vereda por la que Orellana comenzó su viaje. Cuentan las crónicas que llegó aquí con la expedición que su primo, Gonzalo de Pizarro, había organizado desde Quito en busca del País de la canela, una especie de Eldorado amazónico. “Partió Gonzalo en busca de oro, especias, gloria y poder con 210 españoles, infantería y caballería; 4.000 indios, hombres y mujeres; 4.000 o 5.000 cerdos, unos 1.000 perros de guerra y una gran manada de llamas, tanto para servir de alimento como de bestias de carga…”, escribió el cronista de la expedición, Fray Gaspar de Carvajal, en su diario.



















Tras atravesar los Andes, donde el frío les diezmó, sufrir feroces ataques de los indios, erupciones de volcanes y tormentas bíblicas, la expedición llegó a la región del río Coca en condiciones miserables. En la floresta las penalidades se multiplicaron. Se comieron los caballos, los perros y hasta el cuero de las monterías. A orillas del río, la única solución que vio el gobernador español fue la de construir un barco y mandarlo de vanguardia. Su misión era encontrar comida para alimentar a los supervivientes y estudiar el mejor camino. Durante varias semanas, los carpinteros sevillanos construyeron una chalupa de 10 metros de eslora a la que bautizaron con el nombre de San Pedro. Una vez terminada, Orellana embarcó a bordo a los españoles enfermos y heridos (57 hombres en total) junto a la mayor parte de las armas. Su barco llegó, ocho meses después –el 11 de septiembre de 1542–, a las aguas del Atlántico. El río más grande de la tierra ya era una realidad…


Coca, el milagro de la nada. Sobrevolando la misma cordillera que atravesó a duras penas la expedición de Gonzalo Pizarro y Orellana, llegamos a nuestro primer destino: la ciudad de Coca (20.000 habitantes), fundada hace medio siglo por los capuchinos españoles junto a la desembocadura del río del mismo nombre en el Napo, uno de los grandes tributarios del Amazonas. En 1953, Marcelino Torrano, misionero capuchino español, fundó la misión de Sebastián de Coca en este mismo lugar. Consigo traía planes orientados a paliar las condiciones de esclavitud que sufrían los indígenas de la zona, atados a las haciendas de por vida por deudas que jamás podrían saldar. Eran pongos, esclavos habituados a tal régimen desde los tiempos de las encomiendas y, posteriormente, el caucho. Con la expansión de la ciudad, la antigua misión capuchina fue comprada por un colombiano que la transformó en el atractivo hotel La Misión. Un tropel de guacamayos, micos y tucanes hacen las delicias de los turistas en barandas y jardines acodados sobre el río, donde flota un antiguo barco de madera de dos pisos que funciona como discoteca. Dicen que los primeros extraños en llegar fueron los presidiarios que el gobierno ecuatoriano liberaba a su suerte en viejos barcos por el río Aguarico, acarreados desde otros puntos del país para vaciar las cárceles. Los supervivientes –muchas veces ni siquiera les quitaban las esposas dentro del barco– se instalaban en un canto de selva, raptaban mujeres indígenas e iniciaban una nueva vida. Descendemos por las límpidas aguas del gran Napo, cauce de 855 kilómetros que dejaría chico a cualquiera de los que surcan el mapa de España. En los escasos embarcaderos siempre hay mujeres lavando. Los montones de ropa se apilan junto a ellas en precario equilibrio sobre tablones que se bambolean al paso de las lanchas. Cuatro horas más tarde desembarcamos en Nuevo Rocafuerte, beatífica calle que discurre a la vera del Napo flanqueada por casas, la mayoría de techo de palma. De ellas destacan la amplia misión y el hospital capuchino, fuentes de beneficios sociales para toda la región.



















Laboratorio biológico. La aldea permite acceder a uno de los platos fuertes de la Amazonia, el lugar que fuera cuna de buena parte de ella: la Reserva del Pleistoceno Parque Yasuní, con casi un millón de hectáreas vírgenes y puras. Es una sucesión de colinas, islas y ríos que también nacieron en los Andes. “Es un paraíso que Dios dejó olvidado en la tierra en vez de subirlo al cielo”, reza un poema. Los científicos aseguran que durante la última glaciación fue la única zona de la Amazonia que no se congeló, ofreciendo una especie de útero ecológico desde donde se regeneró la vida selvática tal y como la conocemos. En ese espacio las especies desarrollaron su propia vida durante miles de años, para expandirse de nuevo por sus antiguas tierras cuando la temperatura subió de nuevo. En 1989 la ONU lo declaró como Reserva de la Biosfera bajo la categoría de Reserva del Pleistoceno. Los estudios dicen que en una sola hectárea existen 644 especies de árboles, tres veces más que en Estados Unidos y Canadá juntos. Un récord mundial absoluto en este laboratorio biológico sin precedentes. Para algunos especialistas es la zona biótica más rica de la Tierra, un epicentro global de biodiversidad. Durante una reciente Cumbre de Copenhague, el gobierno de Ecuador presentó una campaña mundial para proteger esta reserva amenazada por empresas petrolíferas. En una iniciativa sin precedentes, propone dejar en tierra el crudo que existe en el subsuelo del Yasuní a cambio de que la comunidad internacional les pague la mitad de los beneficios que obtendría por su explotación.


La frontera selvática entre Perú y Ecuador es una de las más simples que puedan existir en el mundo. Dos banderas enfrentadas, separadas por un brazo de río y en medio de sendos claros abiertos a golpe de machete. La aduana peruana está en Pantoja, una aldea poco más grande que Rocafuerte y que Mario Vargas Llosa puso en el mapa gracias a su libro Pantaleón y las visitadoras, en el que narraba las visicitudes de unas prostitutas que recorren los puestos militares de la selva para calmar los ánimos de los soldados. Aquí es donde los religiosos españoles encontraron una hebilla de cinturón atribuida a alguno de los expedicionarios de Orellana. No se oye un ruido. Hay un destacamento militar de reclutas dicharacheros que nos recomiendan, con total espontaneidad, locales calientes de Iquitos. Seguimos río abajo y hacemos noche en Campo Serio. Decir que es un lugar idílico no haría justicia al sitio: limpio, silencioso… No hay luz eléctrica y el espectáculo nocturno del cielo es sobrecogedor. Sus 40 familias viven del trueque y apenas le dan valor al dinero. Viven en comunidad, como en la época de los ayllus incas. Todas las semanas llega un barco-tienda que les cambia jeans, sandalias y camisetas por cerdos, pavos o plátanos. Un negocio redondo.

El tráfico de embarcaciones por esta zona es escaso. En siete horas de navegación no encontramos ninguna. Tampoco hay gente. Apenas unas cabañas aisladas aquí y allá. Escasas para encontrarnos en lo que se podría considerar como una autovía del Amazonas. Todas tienen sus tejados de paja. El metal todavía no ha llegado a esta parte del mundo, una de las más vírgenes que existen. Santa Clotilde es el pueblo más importante entre Nuevo Rocafuerte e Iquitos. Nos dicen que tiene 6.800 habitantes y ya se respira el Perú amazónico por todas partes. La localidad se resume en dos calles alargadas: la que está al borde del río y la que corre paralela por detrás de la primera fila de casas de madera. Está lleno de colmados, algunas tabernas con la música a tope y mucha bulla por la calle. Hay motos, pero ningún vehículo de cuatro ruedas. El tráfico de las canoas familiares, las peque-peque, como las llaman aquí por el ruido de su motor, es incesante. Se acabó la tranquilidad. Encontramos a los primeros turistas, con aspecto de supervivientes, que bajan o suben hacia Ecuador en busca de una experiencia en la selva.
























Iquitos, el oriente amazónico. Iquitos (500.000 habitantes) es una urbe chola, mestiza, aquejada de un crecimiento desorbitado. A semejanza de las aguas de los ríos que la rodean (Nanay, Amazonas e Itaya), sus gentes, los charapas o tortugas, detentan fuerte sedimento andino. Música de tecno-huayños y cumbias se fusiona con el rugir de 70.000 motocicletas japonesas y chinas que ensordecen el ambiente, modernos rickshaws de pasajeros avanzando en pelotones interminables. Su presencia, junto a los hogares flotantes sobre el río, el mercado de Belén y los rasgos indios de la risueña población confieren un fuerte tinte oriental a esta ciudad humilde, poderosa, fundada en 1750 a partir de una misión jesuita. Hermana de Manaos bajo el esplendor del caucho, su centro ostenta edificios de corte parisino de la época de Fitzcarraldo, el magnate cauchero que colonizó estas selvas hasta el Madre de Dios para la causa del oro verde, imprimiendo al lugar un cierto olor a opresión y esclavismo que ha prevalecido.


Iquitos siempre fue remanso de viajeros. El Visitador Real León Pinelo estaba convencido –así se lo escribió al rey– de haber llegado al paraíso de Adán y Eva. Cien años antes, los de Orellana habían encontrado en estas playas, entre tortugas, manatíes y pescado, carne en abundancia para saciar sus penas. Transcurría la Semana Santa cuando los del bergantín se acogieron a la hospitalidad de los pobladores de las tierras de Iquitos por matar a quien los mataba: el hambre atrasada.

El famoso barrio de Belén, el de las casas flotantes, constituye con sus 30.000 habitantes una fotografía de lo que se está convirtiendo el Amazonas. Pasear por él es sentir la vida bullendo en el optimismo de sus vendedores. Las músicas resuenan mezcladas, jarana y jaleo populares hasta llegar al Pasaje Paquito, el de los yerbateros, lleno de frascos con serpientes, sapos y fetos en su interior y carteles afrodisíacos: “Siete sin sacarla”, “Levantamuertos”… Pócimas que curan todo, desde el mal de Chagas hasta el de amores, pasando por las profundidades del San Pedro y la Ayahuasca...

El Rápido nos lleva en nueve horas al pueblo de Santa Rosa. Aire quechua, ambiente fluvial donde se respira armonía de los Andes, beatitud y tranquilidad. Por fortuna hemos de quedarnos unas horas en este lugar gracias a que el funcionario encargado de sellar la entrada a los forasteros se halla de fiesta en Leticia. Podemos tomar una cerveza, observar el movimiento de lanchas, admirar los azules del río y sorprender en su emergida al delfín amazónico bajo sones de huayños. La música siempre resuena de fondo en los lugares de América. Acabamos de entrar en el llamado Trapecio Amazónico, un punto del río en el que confluyen las ciudades de tres países distintos: Santa Rosa (Perú), Tabatinga (Brasil) y Leticia (Colombia). Las dos últimas están separadas por una calle mientras que el lado peruano está al otro lado del río. Se usan indistintamente las tres monedas –el sol peruano, el real brasileño y el peso colombiano– y todo el mundo habla español y portugués. El movimiento de barcos y el comercio son intensos. Los peruanos ponen el pescado y la mano de obra; los brasileños, la fiesta y los productos más tecnificados, y los colombianos, el turismo que aporta Leticia, que presume de ser la única ciudad pacífica de todo el país.



















Leticia, la vieja señora. Leticia es un lugar histórico por dos causas. Una, porque fue aquí donde por primera vez se tuvo noticia del caucho, que habría de influir en el destino de la humanidad y moldear irreprimiblemente la vida en estas selvas. El producto, descubierto por los indios omaguas y descrito primero por un misionero capuchino, sería anunciado en la Europa de 1745 por el científico francés Le Condomaine como un revulsivo industrial. Charles Goodyear inventaría con él los neumáticos y, ya hasta su expansión a Malasia (1912), originaría en la Amazonia toda una cultura con tragedias que los historiadores han bautizado como “la fiebre del caucho”. La otra se debe a las investigaciones que allí realiza el científico colombiano Manuel Elkin Patarroyo. En su Estación Primatológica trata de descubrir algo que la Medicina lleva aguardando mucho tiempo: el sistema para producir vacunas sintéticas que neutralicen todas las enfermedades víricas. Patarroyo, que acaba de anunciar sus avances en lo que ha denominado como “la vacuna universal”, será, para siempre, uno de los padres de la vacuna contra la malaria el día que vea la luz con o sin el permiso de las farmacéuticas.

Junto al Trapecio Amazónico se abre el Valle del Javarí, que con una extensión de 54 millones de hectáreas –dos veces Portugal– tiene la importancia de ser el lugar en el planeta, junto con Papúa-Nueva Guinea, donde habita el mayor contingente de pueblos no contactados. Según cálculos siempre imprecisos, habrá unos 1.350 humanos desnudos en estas sierras. La novedad es que, de un tiempo a esta parte, son ellos los que buscan el contacto con el hombre blanco, bajando de las cabeceras de los ríos donde se refugiaron, en un pasado no muy lejano, para pedir ayuda contra las enfermedades que los acechan (hepatitis, malaria…) y para las que no encuentran cura en su mundo de plantas. El Valle de Javarí es un reducto de vida libre, como fueron los kilombos en la época de la esclavitud negra.

Manaos, el sueño truncado. En Manaos, el Amazonas, que en Brasil se llama Solimôes, ya ha perdido sus características de río para tornarse en ancho mar cuya orilla opuesta es apenas perceptible en el horizonte. Su millón y medio de habitantes la convierten en la primera urbe de la bacía. Señora encumbrada sobre el caucho, sigue presentando aquellos edificios coloniales arrebujados de filigranas que intentaban elevarla al podio de las metrópolis de la época. De estos sobresalen, claro, la Ópera, donde cantaron los divos del momento que no tuvieron miedo a las dolencias tropicales; y el enfrentado Teatro Amazonas, con sus saloncitos repujados de tapices, cuadros barrocos y lamparones de cristalerías importadas, donde aún se representan piezas dramáticas y se exhiben películas de culto. 

En la noche hierven de gente los restaurantes del Río Negro, el mejor lugar por emplazamiento y gastronomía para probar tambaquí, pirarucú (el mayor pez de agua dulce del mundo), dorada, matrinxá o zurubín. No en vano el Amazonas tiene más especies distintas de peces que cualquier mar. Los fines de semana las playas del Río Negro, en el extrarradio de la ciudad, son balnearios abarrotados de bañistas sobre playas de arena y roca cetrina, en un mar sin oleaje que los de Orellana toparon un sábado víspera de Trinidad y descrito así por Carvajal: “Vimos una boca de otro río grande a la mano siniestra, que entraba en el que nosotros navegábamos, el agua del cual era negra como tinta, y por esto le pusimos el nombre de Río Negro, el cual corría tanto y con tanta ferocidad, que en más de veinte leguas hacía raya en la otra agua, sin revolver la una con la otra”.





















En la desembocadura del Negro al Solimôes, 18 kilómetros hacia el Atlántico, se forma el famoso Encontro das águas, donde las negras y las blancas discurren durante un tiempo sin mezclarse, dando origen a toda una simbología popular usada en canciones e historias. A partir de 1880, Manaos fue la urbe que sostuvo al Brasil entero con su entrada de divisas provenientes del caucho. Pero en 1912 llegó el fin del sueño europeísta para los magnates del oro verde, 36 años después del mayor caso de biopiratería que haya sufrido jamás la Amazonia. En 1876, los ingleses Robert Markham y Henry Wickman habían conseguido sacar del Estado brasileño de Acre, pródigo en heveas, 70.000 semillas del “árbol que llora”, la seringueira, para plantarlas en Ceilán. Hasta entonces muchos habían muerto en el intento.

Los trabajadores del caucho vivían como esclavos y tenían prohibido por sus patrones comerciar con cualquier tipo de semillas del árbol. Las salidas de los ríos estaban muy vigiladas y el precio por contravenir la orden era la propia vida. En 1910 se recolectaron en el país asiático los primeros litros de látex, que supusieron el principio del fin del imperio cauchero levantado en torno a ciudades como Manaos e Iquitos. Atrás quedaron los palacios grandilocuentes, salones donde se servía el mejor champán francés, los 37 kilómetros de tendido para tranvías (el primero en Latinoamérica), la Ópera y todo lo demás. 

El precio del caucho cayó drásticamente y tan solo se iría a recuperar brevemente durante el espacio que duró la Segunda Guerra Mundial, en que el látex de la Amazonia volvió a ser requerido por la industria norteamericana. Hoy el puerto franco de Manaos, especializado en electrónica, hace de la ciudad la cuarta en cuanto al pago de impuestos nacionales. Además, los países del G-7 invierten para que sea desde aquí donde, por medio del INPA (Instituto Nacional de Pesquisas de Amazonia), se produzcan planes de conservación de las florestas tropicales y se generen aportaciones científicas que puedan ser aplicadas para este objetivo.

Santarem, el río se hace mar. Santarém, a poco más de dos días en barco de Manaos, es el segundo municipio del Estado de Pará y una de las más bellas ciudades de la región. Los edificios coloniales se alinean a lo largo de la gran avenida da beira mar, un paseo marítimo que discurre a lo largo del río Tapajós. Marítimo porque no se ve la orilla opuesta. Es increíble pensar que estamos en un río en lo que parece un mar abierto sin olas. Hay zonas donde la anchura llega a los 40 kilómetros. 

La ciudad es tranquila porque está aislada por tierra del resto del país. Eso le da un aspecto provinciano con unas puestas de sol dignas de la mejor playa del trópico. El aspecto tropical lo reencontramos, sin embargo, a 35 kilómetros del centro, entre el río Tapajós y el lago Muiraquitãs. Justo en la garganta de una ensenada y rodeada de playas fluviales está Alter do Chão, antigua aldea de pescadores hoy convertida en un paraíso de cocoteros, palmeras y palafitos a la orilla de playas de arenas blancas.






















Le llaman “el Caribe amazónico”, dentro de lo que se conoce como el Amazonas azul, un lugar recóndito con hoteles pequeñitos, coquetos y restaurantes de exquisito pescado a precios de menú español. Un buen lugar para descansar tras varias semanas de viaje. Aquí se pueden observar las cerámicas de la cultura madre del Amazonas, la Tapajos, que nomina el río, recreadas por artesanos de hace 30.000 años, con sus bajorrelieves de sapos y policromías magnetizantes de hechuras geométricas. Al fondo, entre el bosque, destaca un cerro verde de forma cónica.

 “Parece hecho por gente”, comenta el barquero Zé, indio del lugar, mientras desplaza a golpe de remo el bote que nos lleva hacia un atardecer apoteósico recortado entre las islas que van emergiendo. Son las playas de un Alter do Châo submarino con chiringuitos de caña que aparecen ante la retirada de las aguas, según avanza la estación seca. La vox pópuli dice que el enigmático cerro que sobresale de la floresta guarda tesoros, que es vestigio de una cultura perdida en la noche de los tiempos. Se habla de atlantes…

En algún sitio de esta región debe estar enterrado el cuerpo de Orellana. El marco constituye un epitafio bastante adecuado para una tumba perdida. Como fuera común en la historia de los conquistadores, Francisco de Orellana superó todos los obstáculos que le salieron al paso cuando la urgencia era sobrevivir, como si los espíritus de la tierra amazónica hubieran protegido su bravura. Pero al retornar, cargado de medios, honores y ambiciones, la fortuna le dio la espalda. Murió por aquí tres años después de su gesta cuando pretendía recorrer otra vez el río desde la desembocadura. Nunca se encontró su cuerpo.

Belém, el río ya no existe. Belém es la gran competidora brasileña de Manaos. Más moderna, más abierta al mundo, más peligrosa también. Su mercado Vero Peso también fue construido por las influencias férricas de Eiffel y su fortín portugués, donde se exponen vestigios de la cultura mariquitari que poblaba estas tierras, es el primer gran mirador al mar que encontramos en la ruta. 

Desde allí partimos en busca del final de nuestro río, del final de la aventura de Orellana… El delta de Belém es un maremágnum de islas de lodo y sedimentos, cien ramales del coloso braceando hasta formar un estuario de 400 kilómetros de anchura, manglares que dan vida a vastedades de fauna y flora donde el océano aún no se hace presente. El Atlántico se encuentra atrás de la isla de Marajó, la mayor del mundo, con la extensión de Suiza –50.000 kilómetros cuadrados– y bañada por aguas dulces y saladas. Es aquí donde el río llega a verter hasta 300.000 metros cúbicos por segundo de agua dulce al mar. El agua perfectamente potable mar adentro de la desembocadura, unos 300 kilómetros, desde donde la costa ya no es visible. La salinidad del océano también permanece mermada en un radio de varios miles de kilómetros alrededor.

De nuevo se presenta la leyenda de las Amazonas, encarnada ahora en aquellos pobladores del delta, diferentes a los caribes, que vivían en matriarcado. Las mujeres eran quienes hacían la guerra y raptaban hombres para procrear. Luego los liberaban regalándoles preciosas piedras verdes sacadas del fondo de la laguna sagrada que poseían. Siete días pues tardaron los navegantes de Orellana en superar el jeroglífico del delta amazónico, que Vicente Yáñez Pinzón tildara de “mar de agua dulce”, hasta alcanzar el ancho océano. Luego, dos jornadas más hasta arribar, a mediados de septiembre, a la isla de Cubagua (hoy Venezuela), frente a la desembocadura del río Marañón, donde por fin desembarcaron en la ciudad de Nueva Cádiz para reencontrarse con su mundo.

Fletamos un coche para que nos lleve hasta el pueblo de Sâo Caetano de Odivelas, a unos 150 kilómetros, cercano ya al mar. En el camino pasamos por Vigía, pueblo en el que hay que detenerse a admirar la iglesia colonial Madre de Dios, y por Colares, que llaman “el pueblo de los extraterrestres” debido a extraños sucesos acaecidos años atrás. Por fin entramos en Sâo Caetano, auténtico remanso de belleza y paz. Alquilamos un barco para nuestra última expedición fluvial. A la hora del atardecer las márgenes quedan lejanas, y entre el verde de los manglares alzan el vuelo pájaros de diferentes colores. Brisa marina, aromas penetrantes, tonalidades diversas. Todo aumenta la delicia de esta despedida. El patrón del barco y su hijo ya no conversan. Junto al timón observan la puesta en escena del sol navegando sobre el mar entre rizos escarlatas. La luz fosforescente de la floresta en las orillas, el zumbido de las tribus de pájaros pasando en silencio rumbo a la isla, no admite apenas comentarios. 



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Naturalmente, el pene tiene sus limitaciones en cuanto a longitud y grosor ya que el tamaño está relacionado con la capacidad del cuerpo cavernoso de almacenar sangre durante una erección, lo que significa que el pene no es capaz de aumentar su tamaño por sí solo. En el momento de una erección, una hormona segregada por el cerebro llena de sangre el tejido eréctil y una vez que se llena el cuerpo cavernoso, el pene deja de crecer.

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